#ElPerúQueQueremos

¿Que haría Habermas en la blogósfera?

Publicado: 2010-05-10

No recuerdo si fue en el 91 o por ahí... tiene que haber sido antes del golpe de Fujimori.

Yo era miembro de un partido de izquierda y mis compañeros de San Marcos me pidieron que participara en un debate que tendría lugar en el Salón de Grados de Derecho. Por alguna razón que se me escapa, el evento estaba organizado por un grupúsculo que adhería a una variante bizarra del marxismo-leninismo según la cual, el modelo social a seguir era el de la remota, atrasada Albania.

En fin, me lo pidieron “de emergencia” en medio de una conversación y en menos de media hora ya me tenían clavado en el podio del salón, al frente de unos 300 estudiantes, junto a un representante de este extraño grupo, uno del “FER-Antifascista” (otro grupo que sólo existía en San Marcos) y Alfredo Crespo, miembro de la Asociación de Abogados Democráticos, un “organismo generado” o fachada de Sendero, hoy abogado de Abimael Guzmán.

El tema importaba muy poco, era un tema genérico, típico de los debates sanmarquinos: la situación política del país, el pensamiento de Mariátegui, no sé. Lo que quedaba claro que en la mesa teníamos simplemente la pregunta de si la transformación del país sería el resultado de la guerra senderista o de la estrategia de la izquierda legal. No había más: el debate era Sendero vs. el PUM, y una sólida mitad de la audiencia ya había venido convencida… en una forma que no me favorecía en absoluto.

La primera intervención de Crespo fue saludada con aplausos y consignas, y la mía recibida con rechiflas y –desde la misma mesa- con los insultos de Crespo: “¡Revisionista! ¡Sirviente de la reacción, cabeza negra!” Una de mis primeras frases iba más o menos así “En este debate, el Sr. Crespo…” Antes de que llegase a terminarla, un participante en primera fila se levantó y gritó “¡Revisionista: este no es un debate, es una polémica!”

En fin, el evento –llamémoslo así- continuó por más de hora y media. Pasado el shock del primer minuto, creo que no me fue tan mal, porque el senderista de la primera fila me ayudó a decodificar el escenario. En efecto, este no era un debate en el que se trataba de discutir ciertas ideas en forma objetiva, contribuyendo desde distintos puntos de vista a llegar a cierta conclusión. No. Se trataba, en realidad de una performance, un combate ritual en el que lo importante era demostrar solidez actoral, agresividad, convicción, no intimidarse.

El estilo de Crespo era exactamente lo que el público había venido a ver y no se podía hacer ni más ni menos que eso; de modo que pasé de inmediato al ataque. Cuando Crespo me insultaba, yo le respondía desde el podio, con una arrogancia que era pura actuación; y cuando el intervenía, me reía en su cara y lo trataba de “ignorante masticador de manuales”, “analfabeto ideológico” y lo que se me ocurriera. En fin, una vez que comprendí el espacio, el ejercicio era hasta divertido... tan divertido como manejar a 100 por hora en un auto sin frenos.

Al final, el grupo más sólido de Sendero se retiró del salón entre consignas, diciendo que ya habían escuchado todo lo que valía la pena y se negaban a escuchar a un revisionista. La mayor parte del salón se quedó y terminé saliendo, todavía sorprendido, entre las felicitaciones del grupito de no más de una docena de miembros del PUM y de Patria Roja que se había atrevido a ir y para los que -precisamente- se trataba simplemente de hacer un gesto desafiante, en un momento en que Sendero intimidaba a todo el que intentase hacer politíca estudiantil desde una perspectiva distinta a la suya. No importaba lo que Crespo y yo dijéramos, sino que Sendero se retiró.

Desde ese día siempre me he preguntado por la diferencia entre “debate” y “polémica”. Uno diría que dada la etimología, la segunda noción presenta un claro paralelo con el combate (polemos, en griego); pero tiempo después me enteré de que la etimología de “debate” se refería también a un duelo, al “batirse” con la intención de derrotar al otro. El “saco” de la primera fila (a los de SL los conocíamos como "Saco Largos") estaba equivocado: debate y polémica son la misma cosa; a saber, un combate verbal.

Habermas y los filósofos del lenguaje han hablado de la comunicación como ideal normativo: el espacio público como comunidad de hablantes iguales, que aspiran al entendimiento. Para un liberalismo de izquierdas como el de Rawls, una esfera pública racional es igualmente imprescindible para identificar valores comunes, el mínimo “consenso sobrelapado” que permite la vida política en común. No hay duda de que, como ideal normativo, ese modelo de discusión, en la que vale simplemente la fuerza no coercitiva del mejor argumento, es más atrayente que la visión pesimista y estratégica del conservadurismo que ve el encuentro entre diferentes como combate permanente, homo homini lupus, contradicción schmittiana entre amigo y enemigo. El modelo liberal de discusión es, por lo menos, más compatible con una lógica democrática y pluralista.

Uno diría que la expansión exponencial del espacio de debate, gracias a la Internet, haría posible el sueño liberal de la esfera pública, un renacimiento de los “salones” ilustrados de los que eventualmente nacería la modernidad política. Pero una simple mirada a la blogósfera, tuitósfera, el chat y los programas sociales revela una realidad completamente distinta: se trata de un todos contra todos: inmediatez brutal, lógica de emergencia. Es el reino de Goffman, no el de Habermas.

Sea que el tema es literatura, política, fútbol o gastronomía, la tendencia es a reproducir el Salón de Grados. No es un asunto de derecha o izquierda, comprometidos contra objetivos, criollos contra limeños, pro o anti CVR, pro-Católica y pro-Ciprianis o cualquier otra dicotomía. Lo que importa es establecer las dicotomías; arrinconarse mutuamente.

Tengo la impresión que no es un asunto peruano –por lo menos, no completamente- sino un gigantesco experimento conductual. Si no hay costo en la intervención pública y si cada persona tiene tiempo de preparar su máscara social, el resultado será una plaza de mercado. ¿Será que así comenzó la democracia, en realidad, en el ágora ateniense o en el foro romano, entre pifias y cargamontones?

Puede ser. La Internet sólo facilita el proceso. Además, la cosa no se limita al debate. También otra forma de encuentro -aquél entre los sexos- se revoluciona con la comunicación ilimitada. Cero ambigüedades y danza del cortejo: quienes buscan un compañero sexual generan una máscara (“mujer soltera busca”) y la presentan en múltiples, rapidísimos y eficientes encuentros virtuales que antes hubieran tomado meses de asistir a fiestas, bares y reuniones: uno construye un avatar, el chat, skype y las redes sociales hacen el resto.

De modo que pareciera que sólo queda la resignación filosófica. Si Habermas no es posible, entonces Séneca. Pero todavía me queda alguna esperanza: el debate en Internet es también agregación de puntos de vista, una especie de Wiki inacabable en el que, eventualmente, queda claro quién está en qué posición y con qué estilo de discusión. En la blogósfera nacional eso pone en el mismo paquete a los combativos, que son absoluta mayoría, a pesar de que ellos no se reconozcan en el mismo grupo: Meléndez y Rendón pueden detestarse en el debate, pero su lógica es exactamente la misma. A la larga, sin embargo, creo que el público lector no está completamente interesado en esa lógica y traza ciertos equilibrios entre ellos y -digamos- Tanaka y Gamio, quienes, por el otro lado, no pueden ser otra cosa que el alumno de primera fila al que le que caen todos los avioncitos de papel de las últimas filas cuando el profesor no está mirando… con el agravante de que no hay profesor.

¿Será que a un bloguero liberal (en el sentido de liberalismo constitucional al que alude Gamio) no le queda otra que “morir en su ley” y sucumbir ante las flechas de la adversa fortuna? ¿O renunciar a su esencia liberal y combatir los blogs basura con las armas de los blogs basura? No lo creo. Sólo tengo un barrunto, que es el que tuve en el Salón de Grados hace un montón de tiempo: uno tiene que defender sus ideas y tomar en serio la lógica y el rigor intelectual. Pero al mismo tiempo uno no puede ser una víctima pasiva de la mala argumentación, la ignorancia o la mala fe que a veces llega a las puertas mismas de la difamación. Tiene que haber algún equilibrio práctico entre las reglas imposiblemente perfectas de un club de debate y la pelea criolla. Tal vez, una respuesta es la ironía carnavalesca: no tomarse la cosa en serio y demostrarlo.

Tal vez, sólo tal vez, si estoy en lo correcto, al menos parcialmente, la mejor actitud posible es lo que yo llamaría una “performance con reglas”, es decir, reconocer que el estado de la esfera pública es un síntoma de la sociedad moderna, ineluctablemente plural y centrífuga, pero al mismo tiempo, reconocer en ella un reto, no una abdicación para el ideal democrático, que nunca ha sido otra cosa sino un proceso para la negociación de intereses y perspectivas. Siempre habrá algún blog basura o algún narcisista sin terapia al que no vale la pena responder, pero la presunción debe ser siempre favorable al debate y a tomar al otro en serio. Siempre será necesario mantener la inevitable retórica (ese placer culposo) dentro de los límites básicos del animus jocandi, o de la robustez sin insulto, lo cortés no quita lo valiente, que le dicen.

No lo sé, es complicado. Parece un estado de Facebook.

Fuente de la foto, aquí. En realidad, Habermas es un polemista de primera y no se deja pisar el poncho.


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva