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El asesino escondido tras una afable sonrisa

Publicado: 2010-06-08

¿Me parece, o soy el único que se da cuenta de que Lori Berenson y Joran van der Sloot son la misma persona?

Un ser malvado, extraño, viene al Perú con el único propósito de matar: se escuda en el prestigio de la piel blanca; se gana la confianza de los peruanos, siempre inocentes, siempre incapaces de sospechar la maldad ajena, y –por último- actúa. Este vampiro extranjero es incapaz de arrepentimiento y cada uno de sus actos es guiado por un cálculo malévolo ulterior. Si expresa arrepentimiento es para traicionarnos, si confiesa es para salir antes de la cárcel.

Nuestro complejo de inferioridad, nuestros resentimientos envidiosos, aparecen a cada instante: si un peruano hubiera hecho lo mismo en Estados Unidos, lo crucificarían. Nosotros no hacemos lo mismo porque somos demasiado buenos, unos tontos. La malvada Berenson es la bella de la bestia Apari, que es feo, porque es cholo. El malvado van der Sloot es el sonriente seductor que llevó a una chica bien a su hotel.

Los hechos son lo menos importante en la historia y –por cierto- los hechos que se puedan probar son menos importantes aún, si eso cabe. Lo que importa son ciertas esencias que confirmen nuestra impresión inicial. Así, el rostro de van der Sloot es analizado por una “experta” en el diario decano. Las cejas, la forma de la boca, la separación de los ojos… eso es lo importante, no el análisis forense, el arma del delito, la escena del crimen.

Y como los hechos no son importantes, la policía y la administración de justicia sólo tienen una función: la de administrar la venganza ciudadana. Si se investiga, se pierde tiempo; si se otorgan garantías, se claudica. De hecho, la justicia es un riesgo: eventualmente los gringos usan a sus abogados y salen libres.

La policía, por lo tanto, tiene que producir resultados inmediatos. Van der Sloot es transferido al Perú y en menos de 48 horas, ya confesó. Después, cuando se retracte y tenga un abogado en serio que ponga en aprietos la versión policial, vendrá el rechinar de dientes.

La prensa, que se ha dedicado al linchamiento semanal, no hace más que apoteosis de la crónica roja. En parte, esto es estilo, es decir, su más auténtica forma de ser, su genuina conexión con una ciudadanía que piensa exactamente igual que un periodista sin título y que apenas puede redactar tres frases sin cometer algún yerro gramatical.

En parte, por supuesto, la sucesión de escándalos es funcional. Los buenos ciudadanos se escandalizan de la arpía Berenson, del crimen del homosexual, de la violación de un niño, de cada pequeño drama moral –en suma- que le confirme en su esencial bondad, en su incapacidad de violentar la norma social en una forma tan aberrante. Mientras tanto, con la ciudadanía en una caverna platónica observando las sombras del crimen, nos gobierna el responsable de masacres atroces entre 1985 y 1990. “¡Al ladrón!” grita León Alegría mientras le sobreseen una causa. “¡Cadena perpetua!” grita la hija del criminal, para luego decir sin empacho que va a liberar a su padre.

Fuente de la imagen: El Comercio.


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva