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Suboficial Astuquillca, rescatado por civiles y por su propio esfuerzo.

Paradojas de la contra-subversión peruana

Publicado: 2012-05-08

¿Cómo entender la siguiente paradoja? De un lado, el Perú es un país en el que las elites consistentemente afirman que no hay crimen mayor que el cometido por los grupos subversivos Sendero Luminoso y el MRTA. Del otro, también en el Perú, la lucha contra los remanentes de subversión permanece estancada y los soldados enviados a esa tarea no tienen ni el equipo, ni el liderazgo ni las estrategias adecuadas.

Cualquier intento de resolver la paradoja lleva a conclusiones aterradoras.

Primera posibilidad: en efecto, las élites creen que la subversión es el peor de los crímenes y la quieren destruir, pero son tan atrozmente ineptas que no han aprendido nada sobre cómo combatirla.

Toda la información que se puede obtener sobre lo que ocurre en las zonas donde actúan remanentes senderistas indica que se cometen los mismos errores que se cometieron en 1983: asumir que se trata de un problema militar, descuidando el componente político; utilizar tácticas militares indiscriminadas como bombardeos que victimizan y alienan a la población civil; evitar todo tipo de información y debate ciudadano, con el pretexto de que estos ayudan al enemigo.

Si este es el caso, el riesgo que enfrentamos es la repetición de 1983: un conflicto localizado en una zona del país se trata de resolver a sangre y fuego, causando altísimas bajas civiles, un éxodo poblacional y la expansión de la violencia fuera de su teatro original.

Segunda posibilidad: a las élites el tema de Sendero les importa en realidad un rábano, o lo consideran un pequeño espantapájaros útil para momentos políticos especiales y –por lo tanto- no lo quieren destruir.

Sendero se ha mantenido por veinte años en estas zonas después de la captura y capitulación de Guzmán. Durante el fujimorismo, su presencia, como una permanente provocación, fue siempre la excusa perfecta para calzarle un sambenito a la oposición y para galvanizar a la opinión pública. Luego del fujimorismo, el fantasma de Sendero y sus sucesivos “número uno”, ha sido un cuco funcional para satanizar las protestas sociales y la lucha por los derechos humanos.

Si este es el caso, los policías y los soldados, y –por cierto- la población civil de estas zonas, son carne de cañón: materia dispensable para quienes están interesados simplemente en la ganancia política fácil.

El padre del suboficial Vilca, encontró los restos de su hijo con ayuda de la población civil.

Las dos posibilidades anteriores son alucinantes. Pero hay una aún peor: que no haya paradoja, y todo tenga sentido.

Es perfectamente posible que las élites piensen que lo que ellos llaman “el terrorismo” deba ser destruido, pero que sean víctimas de su propia ideología y no puedan destruirlo, porque lo necesitan.

En efecto: la derecha construye el concepto de “terrorismo” en una forma amplísima que incluye –para ellos- los movimientos sociales, las tendencias de izquierda, los pocos liberales políticos, la laicidad, los gays, la CVR, la Corte Interamericana, etc. Esos supuestos peligros ponen en riesgo el mayor logro de las élites desde el golpe de Morales Bermúdez: un régimen de democracia empeñada a cuatro poderes fácticos: la tutela de un ejército intocable,  la voz inapelable de una Iglesia Católica ultraderechista, los intereses sagrados de la gran empresa, y una estupidizante cultura de masas.

Todo lo que no calza ahí es terrorista, subversivo, disidente, raro. Pero, al crear un concepto tan amplio han terminado disparando en todas las direcciones menos en la única que realmente representa un reto militar al estado: esto es, las bandas que se reclaman sucesoras de Sendero.

Es decir: en efecto, lidera nuestro país (con puesto de gobierno o sin él) un circo de ineptos que persiguen sus propias obsesiones en vez de enfrentar los temas como son. Y, como consecuencia, lo segundo también es cierto: necesitan sus obsesiones vivas, para tener un permanente chivo expiatorio. Como el estalinismo necesitaba el fantasma de Trotsky para justificar su ineptitud, el régimen político Marca Perú que tenemos, necesita a Sendero y, cuando no lo tiene, se lo inventa, clavándole el remoquete de terrorismo a todo.

El costo de esta irresponsabilidad, de esta falta de liderazgo real, lo pagan los de a pie. Las poblaciones civiles que deben vivir bajo la extorsión de Sendero y el riesgo de bombardeos indiscriminados; los padres de los civiles y los padres de los soldados; los adolescentes reclutados a la fuerza por Sendero y los adolescentes con uniforme a quienes sus superiores abandonan a su suerte.

Y sin embargo -paradoja de paradojas- puede ocurrir que las víctimas de esta atrocidad se reconozcan como tales y se ayuden. Al fin y al cabo, fueron indígenas y campesinos, víctimas de Sendero y –a la vez- población atemorizada por las fuerzas del orden, quienes ayudaron a Astuquillca a escapar y al padre del suboficial Vilca a encontrar los restos de su hijo. Son los modestos, los que no entran en el cálculo, los solidarios pese a todo, quienes mantienen viva la esperanza y quienes vocean el rechazo a los ineptos con cálculo que pueblan los edificios de falso mármol de nuestro poder.


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva