#ElPerúQueQueremos

Que se case Guzmán. (Y que Fuji bautice al nieto)

Publicado: 2010-04-28

Últimamente, estoy hecho lo que mi familia llama “un Contreras”. Le estoy encontrando tres pies al proverbial gato y me hallo a contramano de todo lo que se da por artículo de fe. Ejemplo de hoy: parece que a la opinión pública peruana, en el más amplio espectro, se le ha dado por la unanimidad en pedir que la cárcel sea un durísimo y atroz castigo y que los que ahí están sufran para siempre.

Pues no. Le doy la contra a esto. No me parece.

Eso de que la cárcel sea un castigo, es decir la doctrina de la retribución como justo pago al delito, me parece una extensión mal disfrazada de principios medievales. Si la cárcel debe existir (y no veo, por desgracia, alternativa civilizada) debe ser como espacio de rehabilitación de la persona, por más terrible que haya sido su delito.

Ejemplos a la mano. Opto por casos extremos para mejor ilustrar el punto.

Ejemplo uno: Fujimori. Su hija se casa dentro de la prisión para que su padre pueda asistir a la boda. Se arma un alboroto. ¿Cuál es la razón exacta? Es difícil dar con algo certero, pero es imposible no detectar en los indignados la noción de que Fujimori debe sufrir. Al fin y al cabo la prisión es una “pena” ¿no?

Ejemplo dos (al otro lado del espectro político): Abimael Guzmán. Demanda a las autoridades judiciales que le permitan casarse con Elena Iparraguirre y, por lo tanto, tener los derechos de visita conyugal. Otro alboroto. Curiosamente, hasta los fascistas-senderistas sobrevivientes se indignan de que su antiguo líder quiera casarse, como se puede ver en el desagradable pasquín que publica el antiguo director de “El Diario”.

Pues, la verdad, no me parece. Creo que, si bien es cierto, hay que estar alerta a todo tipo de favoritismo y componenda, los principios fundamentales siguen siendo válidos: para un orden democrático, la única justificación para la pena es el objetivo de rehabilitación. Una sociedad que se precie de construirse sobre la base de la ley, debe confiar en que la ley no sólo se impone al condenado, sino que puede convencerlo, reintegrarlo a la sociedad. Aún al más detestable de los condenados, como los mencionados en los dos ejemplos que pongo.

La fiscal de la Nación, Dra. Echaíz, tuvo una intervención, en el asunto del matrimonio de Sachi Fujimori, de esas que nuestros personajes públicos tienen: sin preparar, al paso, ambigua, abierta a interpretación; como las frases de la Sibila. “No me parece que ha sido por una cuestión humanitaria, es una consideración no sé de qué naturaleza”. Clásico: en lugar de decir “está bien” o “está mal”, escurrir el bulto.

Y además, un apunte irónico que tampoco déjà clara la opinión final: “Considero que los criterios de los funcionarios están avanzando y que espero que este mismo criterio se aplique a todos y cuando las personas tengan alguna situación igual, sean tratados de la misma forma”. ¿Qué debemos entender? ¿Que está bien, a condición de que el criterio rehabilitador se aplique a todos por igual? ¿Qué está mal porque la fiscal sabe que el INPE no ha cambiado y la decisión no es más que favoritismo?

Francamente, a mí me parecería excelente que las cárceles se volvieran lugares donde las familias de los presos fueran todas las semanas a casarse, a bautizar hijos y nietos, a hacer el amor. Donde los presos –especialmente los que cometieron crímenes por motivos políticos, desde Fujimori hasta Guzmán- trabajen, lean, polemicen, mediten, oren, encuentren que hay más ideas en el mundo que las propias y que el orden democrático es superior en todo, incluso en la magnanimidad. Que haya internet y periódicos. Que vayan a la cárcel todas las semanas profesores de derecho, de sociología, de filosofía, de economía, a demostrarle a estos caballeros que sus visiones del mundo son erróneas y que es por eso, no porque “perdieron”, que están en la cárcel.

De otra manera, la prisión no sirve para nada. Si la idea es poner a un criminal 20 años tras las rejas para que salga igual a como entró, o para que no salga nunca, me parece que la sociedad simplemente reconoce que los ideales democráticos no son lo suficientemente sólidos como para ganar el debate. Eso sería una muy triste capitulación. A mi, personalmente, me importa muy poco que el preso sea senderista o fujimorista: el castigo justo impuesto por la democracia tiene que ser rehabilitador. De hecho, para que sea justo tiene que ser rehabilitador. De otro modo es venganza, pura y simple.

Fuente de la foto: proyecto "Visiones desde el encierro", aquí.


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva