País de las oportunidades perdidas
¿Somos un país de oportunidades perdidas?
A veces, parecería que sí. Pensemos en algunos momentos de nuestra historia en los que la falta de audacia y los desentendimientos han conspirado para que se mantenga o se profundice un status quo fatal de discriminación e injusticia.
1547: Gonzalo Pizarro rehúsa coronarse como rey del Perú. Luego de las batallas de Iñaquito y Huarinas, el ejército encomendero de Gonzalo Pizarro era dueño del país. Gonzalo, desoyendo a su principal lugarteniente Francisco de Carbajal, decide no hacerse rey y –por el contrario- reafirma su sujeción a España. Un año después, es aplastado y ejecutado en Jaquijahuana. Si Gonzalo hubiera oído el consejo del “Demonio de los Andes”, hubiera creado una dinastía peruana independiente, en alianza con alguna de las panacas cusqueñas, acelerando el surgimiento de una nación peruana mestiza.
1781: Túpac Amaru es derrotado. Traicionado tras el revés de Checacupe, Túpac Amaru es capturado y juzgado sumariamente. Su brutal ejecución sólo se compara al salvajismo de la represión contra la identidad indígena: se prohíbe todo ritual, historia y costumbre que recuerde el pasado Inca, se estigmatizan y castigan las costumbres y lengua indígenas y –en la práctica- se crea por acto político el racismo peruano. Si Túpac Amaru hubiera vencido, una nación hubiera sido posible sobre la base de un alianza de las castas oprimidas y con mercados internos, quién sabe, al mismo tiempo que surgía, en otra parte del continente, un país independiente, en rebelión contra el rey de Inglaterra.
1883: Los montoneros de Cáceres son derrotados en Huamachuco. Ocupada Lima en 1881, la fase criolla de la guerra con Chile terminó y empezó una lucha guerrillera indígena protagonizada por el caudillo ayacuchano y por los hombres y mujeres de las comunidades campesinas que –en la lucha- construyeron su identidad como peruanos. La derrota en Huamachuco permitió que las élites limeñas negociaran la paz definitiva con Chile, la entrega de las provincias del Sur y consagrasen uno de los más profundos traumas nacionales.
1932: Trujillo es masacrado. ¿Qué hubiera pasado si Mariátegui y Haya se hubieran entendido? ¿Si Mariátegui no hubiera muerto joven? ¿Si Haya hubiera encabezado la revolución que le exigían sus bases sociales? Trujillo fue abandonado y masacrado en 1932 y aún así, Haya gozó de la absoluta lealtad de los sectores populares, que siguieron protagonizando intentonas hasta los años 50 (y 60, si uno cuenta al MIR de De La Puente). El Perú pudo haber tenido una revolución nacional como la mexicana; en cambio, tuvo un partido populista como cualquier otro, que sólo llegó al poder muerto el caudillo, para encaramar la rapiña en los palacios de estuco y los tedeums de nuestra república de opereta.
1980: La izquierda se divide. En 1980, era perfectamente posible que la izquierda ganase las elecciones, luego de su primera experiencia política institucional en la Asamblea Constituyente. Un gobierno del exguerrillero Hugo Blanco, frente a los militares derrotados y obligados a apoyar al Presidente en un contexto de fuertes tensiones con Chile, habría hecho realidad las promesas de la Constitución de 1980 y hubiera aplastado políticamente el levantamiento de Sendero Luminoso. Por el contrario, gobernó Belaúnde, un líder de los 60 que no había ganado nada en su reciclaje, y que –en la práctica- entregó el poder sobre medio país a los militares, abriendo el escenario para la masacre más atroz de nuestra historia.
Entonces, ¿somos un país de oportunidades perdidas? ¿Largo tiempo, el peruano oprimido?
Fuente de la imagen, "Perú, país del mañana" por Juan Javier Salazar.