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¿Después de la caída de Jojoy, qué? (II)

Publicado: 2010-09-24

Sigamos el comentario.

Es posible que algunos piensen que la solución al conflicto colombiano es militar. De hecho, esa parecía ser la visión dominante durante la mayor parte del gobierno de Uribe. En el Perú, por nuestra propia experiencia histórica y por la visión del conflicto dejada por el fujimorismo, puede que este punto de vista tenga muchos defensores.

Sin duda, algunos conflictos terminan en victoria militar. Pensemos en el reciente aplastamiento de los Tigres Tamiles en Sri Lanka o, hace 16 años, en la derrota de los hutus más radicales y su expulsión de Ruanda. Sin embargo, las victorias militares tienen altos costos humanos, son generalmente largas y no garantizan el fin de los problemas: decenas de miles de civiles fueron desplazados y cientos murieron durante los combates en Sri Lanka, y la persecución militar de los Hutus desbordó la guerra hacia el Congo, donde millones han muerto en el conflicto que entonces se desencadenó. Sin ir muy lejos, pese a su derrota, Sendero sigue teniendo remanentes que cometen graves crímenes y envenenan el clima político en el Perú.

La mayoría de conflictos tienen siempre abierta una puerta a la solución política. Incluso en Afganistán,  por ejemplo, los americanos dejan abierta la posibilidad de negociar con los talibanes para aislar a su enemigo principal, Al Qaeda.

Dos son los escenarios políticos principales en soluciones de paz: un empate militar y político que convence a ambas partes de la futilidad del enfrentamiento, y una extrema debilidad de una de las partes, que persuade a los derrotados de salvar algunas concesiones en mesa y a los vencedores de legitimar su posición militar el en espacio diplomático.

Ejemplos de paz luego de un empate militar son la paz en El Salvador, en 1992, y el proceso de paz en Angola a lo largo de la década de los 90. Convencidos del empate y concientes del cambio en la lógica de sus principales apoyos internacionales ante el fin de la Guerra Fría, los actores negocian una paz “sin vencedores ni vencidos”.

Ejemplos de paz en desbalance militar son la paz en Guatemala en 1994 y en Timor Oriental en 1999. Pese a su superioridad militar, los gobiernos de ambos países buscaban neutralizar una situación de permanente ilegitimidad por la reiterada violación de los derechos humanos de la población atrapada en el conflicto.

Incluso en el Perú, pese a la leyenda fujimorista de la derrota armada de Sendero, la historia es más compleja. Recuérdese que parte de la implosión senderista fue el resultado del diálogo entre Montesinos y Guzmán y la ley de arrepentimiento, que resultó en la desmovilización sin cárcel de varias columnas de Sendero (y el MRTA).

En cualquier caso, la paz generalmente es el resultado tanto de acciones políticas como de las militares. Ni los guerreristas a ultranza ni los pacifistas logran sus objetivos en forma unilateral.

En Colombia las FARC han sido muy fuertes militarmente (en la época de los diálogos con Pastrana) y muy débiles (durante el gobierno de Uribe). Pero en ninguna de las dos situaciones han mostrado capacidad de encaminar la guerra hacia la política.

A diferencia de la FARC, el M-19 y otros grupos menores, operando desde una debilidad militar extrema aprovecharon la oportunidad y lograron tanto su legalización política como la aprobación de la constitución más progresiva de la historia del país en 1991. Desde ese entonces, la consolidación de las instituciones del estado social de derecho ha restado validez al argumento de que los cambios sociales sólo pueden lograrse con las armas y ha aislado a la guerrilla.

La desconfianza guerrillera no es irracional, por supuesto. En los 80, en medio de un proceso de paz, invitados a participar en política, muchos farianos se incorporaron legalmente a un partido de izquierda, la Unión Patriótica. La idea era probar que la política sin armas era viable. Pero no lo fue: el paramilitarismo y la extrema derecha cometieron un genocidio contra la UP y la guerrilla quedó vacunada contra la ilusión de un acuerdo. Lo que pasó con varios líderes del M-19 asesinados luego de su incorporación a la política sólo cimentó esa evaluación.

Pero cualquiera sea el camino que las ha llevado hasta su presente situación, las FARC se enfrentan a posibilidades muy divergentes: seguir en el monte, con un destino militar incierto y político nulo; entrar a una fase de deserciones y rupturas en las que cada fracción le apueste a un sálvese quien pueda; o tratar de lograr algunas concesiones políticas en una negociación histórica. Caído el militarista Mono Jojoy, la pregunta es si Alfonso Cano, el líder máximo, optará por la política. Del lado del gobierno la opción se presenta entre quienes sólo acepten una rendición así sea al costo de más guerra contra una fuerza que aún tiene 10,000 combatientes, o quienes busquen un atajo diplomático hacia la paz.

El riesgo en una solución militar es muy sencillo: unas FARC decapitadas y fraccionadas pueden generar fenómenos de bandidaje y criminalidad similares a los creados en la fallida desmovilización paramilitar durante Uribe. Con grupos que se rindan, otros que negocien y otros que vuelvan a subir al monte, la guerra amenazaría con volverse tal vez menos intensa, pero más intratable.

Ambos lados han hecho gestos significativos. Del lado de la guerrilla, Alfonso Cano ha propuesto –con ciertas ambigüedades- un diálogo; del lado del gobierno, se ha evitado culpabilizar a las FARC del coche bomba que estalló a pocos días de la toma de posesión de Santos. Podrían ser movimientos de estudio del contrincante, y vías de diplomacia indirecta a través de terceros países o de la Iglesia podrían activarse detrás de bambalinas.

Demostradas algunas realidades en el terreno militar, cabe la esperanza que ambos lados encuentren una salida política. Pero la pelota está muy claramente en la cancha de quien ha recibido los golpes más importantes: si, por ejemplo, las FARC liberasen a los secuestrados que quedan en su poder o si se mostrasen dispuestas a un alto al fuego aunque fuese temporal, la presión pasaría al gobierno. Pero esto ya es el terreno de la especulación y la esperanza.

La imagen es el ícono del fracaso de la negociación del Caguán. El estado sin interlocutor.


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva