#ElPerúQueQueremos

¿Cuánto cuesta ese rosario?

Publicado: 2011-03-23

Hay dos formas, en principio, de entender el discurso conservador adoptado por Ollanta Humala sobre el modelo de familia que apoya y –como consecuencia- sobre los derechos de las personas GLBT y los derechos reproductivos.

Como se sabe, Humala ha recurrido a declaraciones, simbolismos y publicidad televisiva que van de lo untuoso a lo meramente huachafo, por sólo recoger el espectro que va desde llamar a Cipriani una personalidad “alegre y joven” a agitar el rosario delante de los periodistas.

Por un lado, activistas feministas y GLBT, piensan que la contradicción flagrante con su programa es una traición a sus bases y lo descalifica por completo. En esta mirada “ética” el hecho desnuda al candidato y lo hace idéntico –en el fondo- a todos los otros; al fin y al cabo, en los hechos, el candidato de Gana Perú es igual de patriarcal y clerical que los demás.

De otro lado están quienes piensan que no hay nada nuevo bajo el sol: es normal en los políticos el acomodarse de acuerdo al público que quieren ganar. De acuerdo a esta explicación “estratégica”, que han adelantado, por ejemplo, Javier Torres y Fritz Dubois, Humala hace el cálculo de que aunque irrite a la "intelligentsia" de izquierdas que le hizo el plan de gobierno y le dio legitimidad, ese sector no tiene alternativa sino votar por él, y –en último caso- perder su voto es poco costo si se puede ganar el voto de las clases medias conservadoras.

Bienvenidos a la política identitaria, al mejor estilo de los Estados Unidos.

En efecto, en EEUU, la completa aceptación de la ideología de libre empresa con la menor intervención estatal posible y un rol ínfimo de los trabajadores, hace que el enfrentamiento político raramente discurra sobre lo que en Perú llamaríamos “la economía” o “el modelo económico”. Por lo tanto, el enfrentamiento ocurre en lo que por estos lares se llama la “política de los valores” o la “guerra cultural” alrededor del matrimonio tradicional, el statu quo étnico y racial, o la identidad sexual. Las elecciones están dominadas por el posicionamiento de los candidatos sobre las diversas encarnaciones del dilema: ¿apoya que los homosexuales puedan servir en las fuerzas armadas?; si es un nominado a la corte suprema ¿cómo decidirá en el tema del aborto o de la acción afirmativa?

Los electores interesados en un tema único –digamos, las distintas posiciones sobre el aborto, el matrimonio igualitario- son legión. Y les suele pasar lo que les ha ocurrido a los activistas GLBT y feministas: el candidato que supuestamente les representa, hace un cálculo táctico y los deja en el aire.

En EEUU, cuando eso pasa, los electores de “tema único” se molestan y se quedan en su casa (no hay obligación de votar). Otros, hacen un balance de costos y beneficios y votan de todos modos por el candidato en una lógica de mal menor (no hay cálculo de primera o segunda vuelta porque sólo hay dos partidos viables).

En el Perú no existe el tipo de consenso ideológico que existe en EEUU sobre el modelo económico, y las divisiones sociales se perciben más en el eje vertical, que divide estratos sociales, que en el eje horizontal que divide grupos identitarios. Por lo tanto, parecería que el cálculo “estratégico” del candidato y de sus asesores brasileños tiene sentido, en un frío cálculo de costo y beneficio. Y, si los votantes deciden por una multiplicidad de temas y no hay votantes de “tema único”, al final, todos harán un cálculo de consecuencias más que de valores, ¿no?

No necesariamente. A veces, lo que parece astucia poco ética es –en realidad- poca astucia.

En el Perú, país donde el sano escepticismo del elector linda con el puro cinismo, no basta con decir algo para ser creído. La performance tiene que ser, además, muy convincente. Del mismo modo que alguien como PPK ha dado mil vueltas para desgringarse, Humala va a tener que hacer mucho más que agitar un rosario bendecido por el Papa para convencer.

De modo que el cálculo de ganar votos nuevos o –al menos- neutralizar anticuerpos puede no ser tan correcto. Pero, además, el cálculo de un costo aceptable puede estar también errado. Los intelectuales molestos pueden ser numéricamente ínfimos, pero su capacidad de comunicar multiplica su influencia. Si la base que dinamizó la campaña de Humala lo abandona, le hace el vacío, o se desmoraliza, lo único que le queda es la campaña de medios.

Además, es posible que la deserción de algunos grupos –feministas, GLBT, laicistas- infunda la duda en otros. Al fin y al cabo, si Humala puede “reinterpretar” un punto de su programa, ¿por qué no podría abandonar –digo, reinterpretar- otros? Tal vez, la conveniencia electoral (o judicial) le dicte mañana olvidarse de la reparación a las víctimas del conflicto interno (sus defensores son también una ínfima minoría); o tal vez los brasileños decidan que “Angela” saque una tarjeta de crédito en el proximo comercial.

Por último, ¿es cierto que la izquierda es un voto cautivo? Depende, pues. Es perfectamente posible que una buena parte decida que es más izquierda social y cultural, preocupada por vivir en un país laico y no patriarcal, que izquierda económica, y castigue a Humala viciando el voto… o votando por Toledo, que viene con su propio paquete de dudas, pero es socialmente liberal.

En todo caso, si alguien calcula que ciertos costos son aceptables, que los pague ¿no?

Fuente de la imagen.


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva