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Maquiavelo para votantes

Publicado: 2011-04-19

Pocos días antes de la primera vuelta -al saberse que las encuestas proyectaban una reñida batalla por el segundo lugar- muchos electores cambiaron su intención de voto, favoreciendo a Kuczynski, quien parecía pelear el segundo lugar con la Sra. Fujimori.

Quienes entre estos electores podían, animaban a otros a seguir su ejemplo en nombre de la racionalidad o el pragmatismo. El analista Carlos Basombrío, en su cuenta de Twitter, por ejemplo, anunciaba el día anterior a la elección que cambiaba su voto porque una noticia de “último minuto” anunciaba una subida de Kuczynski y exhortaba a los toledistas a sumarse a esa decisión.

Este tipo de elector podría ser llamado “oportunista”, que es como normalmente se llama a quien decide una acción por mero interés, contradiciendo a veces una promesa previa o un valor fundamental. Sin embargo, han sido llamado “estratégicos” o “pragmáticos”: ciudadanos que votan con un ojo en la más reciente encuesta, y el otro en un objetivo de largo plazo, sopesan opciones y luego votan. Si Kuczynski podía ganarle el segundo puesto a Fujimori, eso era todo lo que importaba, pese a la chabacanería y el conservadurismo de ese candidato, porque lo fundamental era que entrase alguien que evitase la contraposición del “cáncer y el sida”. Era más aceptable lograr un escenario en que se optara –digamos- entre el cáncer y la diabetes.

Y así nos enfrentamos la primera lección del curso Maquiavelo 101 para votantes: hay cosas que parecen virtudes (como votar por quien uno cree) pero acarrean males, en tanto que hay cosas que parecen vicios (como votar por alguien detestable) pero acarrean el bienestar.

Maquiavelo, como se sabe, fue el primero en levantar el velo de religiosidad que rodeaba el ejercicio del poder y en vez de hacer un tratado más para prescribir las acciones de un “príncipe cristiano”, se dedicó a describir las acciones de un príncipe a secas. Expuso los engranajes del poder como realmente eran, no como debían ser, y, al hacerlo, rindió un enorme servicio pedagógico a quienes vivían oprimidos por la superstición y la creencia en los “señores naturales”.

Nada hay de criticable, en un sentido práctico, en la acción “maquiavélica” del votante estratégico. Incluso, en términos morales, no es evidente que el votante estratégico deba ser criticado, si asume transparentemente las consecuencias de sus decisiones. Al fin y al cabo –lección 2- si se logra el resultado, los medios serán considerados honrosos.

El problema de los astutos votantes que abandonaron a Toledo, por supuesto, es que no lograron su resultado. De hecho, puede pensarse que contribuyeron a un pánico que hundió no sólo al expresidentes, sino también a su lista parlamentaria, dejando sin opción a excelentes candidatos a congresistas. Me parece que mas que estratégicos fueron, en realidad, tácticos: fracasaron en mirar el panorama completo, evaluando mal a quien podía derrotar al fujimorismo, que -naturalmente- no era el que iba tercero, sino el que iba primero.

Pero no puede negarse que fracasaron intentando ser astutos. Veamos en cambio el fracaso de los que intentaron ser puros: quienes pretenden imponer siempre y en cada momento una visión absoluta de principios y creen que la política debe subordinarse a su concepción de la ética. El resultado suele ser ponerse a sí mismos en callejones sin salida.

Pensemos, por ejemplo, en Fuerza Social, organización que (si el lector no la recuerda) ganó la alcaldía de Lima con casi el 40% de los votos hace sólo 7 meses. Los militantes de esta agrupación, convencidos de que ellos eran los únicos que encarnaban “una nueva forma de hacer política” y que unirse a otras organizaciones de alguna forma afectaba su pureza, o los forzaba a componendas y negociaciones incómodas, decidieron ir solos a la elección. Así, desdeñaron la oferta de Toledo de una amplia participación en las listas parlamentarias y en el potencial gabinete, y el llamado de la izquierda que se agrupaba alrededor de Humala. Desdeñaron, de hecho, a sus propios aliados de izquierda en la campaña de Lima.

El resultado directo de esta actitud fue la incapacidad de captar aliados, la necesidad de llevar adelante una campaña nacional sin recursos y –eventualmente- la renuncia de su candidato presidencial. Obtuvieron en la reciente campaña, alrededor del 0.06% del voto nacional, y en Lima, bajaron de 1’700,000 votos a, tal vez, 36,000 para sus candidatos al congreso.

¿Se sigue de esto que hay que ser inmoral?

No. Hemos visto cómo siempre se puede fracasar, ya sea con un comportamiento estrategista o con uno moralista. Lo que esto implica es que hay que evaluar el terreno de la política como lo que es, controlando los propios prejuicios y tomar aquellas decisiones de las que uno puede hacerse responsable. Entrar a la política exigiéndole a los seres humanos que actúen como ángeles es no sólo una candidez, sino una irresponsabilidad peligrosa. Lo ético en política es explicar claramente el razonamiento propio y asumir las consecuencias, esperadas e inesperadas, de la acción.

Y así, después de la dura lección que nos ha dado el viejo florentino, nos enfrentamos a la elección de junio. Las caricaturas, las metáforas simplistas, la depresión y el miedo, obstaculizan el tomar distancia y mirar el panorama completo. Abunda –precisamente- la moral absolutista y el chantaje: si votas por X, odias al Perú, no tienes ética, y por lo tanto no eres merecedor de mi confianza o de mi amistad.

Es precisamente entonces que necesitamos, que descubrimos, una lección adicional. No hay candidato perfecto, y nunca lo ha habido. Hay que agradecer -en este caso- que las debilidades de los candidatos estén tan a la vista, porque nos fuerza a ser realistas, en vez de dar, una vez más, nuestro voto a ciegas y sin condiciones, al más simpático, como lo hemos hecho tantas veces.

Si dudamos de un candidato, ya hemos dado un gran paso hacia el realismo.  En consecuencia, lo racional y ético es preguntarse, dada la imperfección de los candidatos, quién ofrece mayores garantías para corregir o controlar sus defectos y potenciar sus virtudes. Lo que es inético no es votar por intereses y razonamientos; sino por prejuicio, por moda, por racismo, por xenofobia, por miedo o por cólera.

El príncipe renacentista no existe más. En su lugar, está el ciudadano. Maquiavelo, sospechan muchos, escribía sobre todo para él, para “quien no sabe” porque no está acostumbrado a servirse del poder y necesita urgentemente saber. Tal vez por eso, conviene ver el 5 de junio, no como una catástrofe, sino como lo que es: una oportunidad de educarnos.


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva