#ElPerúQueQueremos

Ollántides

Publicado: 2011-12-18

Estuve paseando en Atenas ayer, con Sócrates, Sinesiotas y Damertón, discutiendo sobre el concepto de la justicia y haciendo las compras de fin de año. Cargados de regalos, nuestro plan era visitar después a Nicolópulos para probar unos vinos macedonios que están buenazos y un plato de hueveras crudas de esturión. Pero he aquí que, cuando nos disponíamos a dejar el mall de los fenicios, nos alcanzó un meteco para decirnos que su amo, Nicolópulos, no estaba en casa, sino en el ágora, escuchando a un sofista llamado Ollántides, y que nos rogaba que le hiciéramos la taba.

Sócrates, que ha hecho de su vida una permanente búsqueda de la sabiduría, dijo “ya chuparemos después”, y se encaminó, animoso, al ágora, donde encontramos a una multitud de guerreros rodeando al tal Ollántides mientras este argumentaba en contra del voto militar y a favor del servicio militar obligatorio.

“Los hoplitas son guardianes socráticos de la república,” afirmaba Ollántides “deben estar alejados de las pasiones partidarias de la política. Sostengo además que el servicio militar obligatorio debe volver a instalarse…” y hubiera seguido hablando de no ser porque –al ver llegar a Sócrates- los guerreros hicieron un barullo y abrieron campo mientras los más carboneros empezaban a gritar “¡mechadera, mechadera!”

“¡Por Zeus!” dijo Ollántides, “veo que nos visita el ilustre Sócrates, cuyas teorías –precisamente he estado citando. Sé bienvenido, oh Sócrates el más sabio de los mortales, a esta asamblea nacionalista.”

“Detén tus corceles, Ollántides,” dijo Sócrates, “no puedo dejar que me llames el más sabio de los hombres a mí, que nada sé, y por eso no hago más que interrogar a aquéllos que dicen saber algo.” Luego de esta afirmación de falsa modestia, con la que ya nos tiene hartos, agregó: “Dime, oh, Ollántides, te lo ruego, ¿a qué te refieres cuando dices que citabas mis teorías?”

“Sócrates, me refería a La República, el libro que publicó tu discípulo Platón, que te acompaña, y que contiene tus sabias palabras acerca de la vida de la polis. De ese libro me servía para argumentar que los militares somos o, esteeee, mejor dicho, son los guardianes de la república, y deben estar por encima de las cambiantes pasiones del tráfago partidario.”

“Me preocupa, Ollántides, que pongas tanta fe en la palabra de un ignorante como yo, y más aún, que creas que las copias de Platón reflejan en lo más mínimo lo que yo quiero decir, pues es bien sabido que en esta época no existen grabadoras y Platón transcribe de las notas apuradas que hace en sus tabletas de cera. Pero dime, Ollántides, ¿cuáles son, para ti, esas pasiones que consideras tan peligrosas para los militares?”

“Oh, Sócrates- dijo Ollántides, sacando un papelito y leyendo en voz alta- me refiero a los intereses que necesariamente acompañan a los hombres: el agua, la comida, la vivienda, el sexo, y a aquéllos intereses innecesarios que aparecen siempre que vivimos en sociedad, como el poder y la dominación. Para prevenir que esas pasiones destruyan la polis, es necesario que exista una clase superior de guardianes, separada de tales apetitos y especializada en el conocimiento del gobierno, de tal manera que dirija la nave del estado sin intereses propios, aplicando las técnicas que la mayoría ignora; y defendiendo nuestros territorios y nuestro mar territorial, amenazado por los feroces espartanos, al sur.”

“Ah, Ollántides, veo que has estado leyendo los papiros escritos por Platón, en efecto. Ya ajustaré cuentas con él más tarde, cuando ofrezcamos libaciones a Dionisos. Por ahora permíteme hacerte algunas preguntas, por Atenea.”

“Dispuesto estoy, oh Sócrates, a responderte.”

“Lo celebro, Ollántides. Dime pues, ¿no te parece que la utilidad de una idea debe probarse en alcanzar los objetivos que busca?”

“Estoy de acuerdo, oh, Sócrates.”

“¿No es así, entonces, Ollántides, que la idea de ponerse un abrigo es de indisputable utilidad cuando hace frío?”

“Por supuesto, Socrates.”

“¿Pero no es cierto también que si las condiciones climáticas cambian, y deja de hacer frío, pierde utilidad la idea de usar un abrigo?”

“Es evidente, Sócrates.”

“¿Y no dirías también, Ollántides, que la utilidad de una idea reside en que sea, además practicable?”

“Estoy convencido de ello, Sócrates.”

“Así, por ejemplo, aunque yo tuviera la idea de calentar Atenas en el invierno con una gran pira hecha de todos los bosques de Esparta, la idea sería inútil, pues no hay forma de cortar todos los bosques de Esparta; no hay cómo mantener una pira del tamaño necesario para calentar Atenas durante todo el invierno; y por si fuera poco los espartanos se movilizarían para impedir que destruyamos sus bosques.”

“Así es, por Atenea, ¿quién sería tan idiota de pensar que  puede destruir el hábitat de los bravos espartanos mientras estos se cruzan de brazos?”

“Entonces, Ollántides, estamos de acuerdo en que una idea, para ser útil, debe estar abierta a ser descartada por otra que responda mejor a los cambios en el mundo, y debe ser –además- practicable. Examinemos, entonces, la idea de una república dirigida por sabios guardianes exentos de intereses propios.”

“Dispuesto estoy, oh Sócrates, pero ya me molesta que me estés owneando con este estilo socrático de preguntas y respuestas. Es lo que acostumbraba hacer tu amigo Sinesiotas antes de que lo echara a patadas de la asamblea nacionalista.”

“Calma tus ímpetus, valeroso Ollántides, y te ruego que me escuches, por Ares. ¿No te parece que una república dirigida por sabios guardianes sin intereses propios es una idea útil para ciertas condiciones, pero que puede no serla si las condiciones cambian?”

“Así es, oh, Sócrates.”

“Has de saber, Ollántides, que yo estoy a favor de una república dirigida por sabios guardianes especializados en el gobierno porque aquí en Atenas tenemos una democracia directa en la que consideramos a todos los ciudadanos igualmente capaces y por eso asignamos los puestos de gobierno por sorteo. Como la muestra es perfectamente al azar, resultamos teniendo en el gobierno a carpinteros, labradores y talabarteros que son muy capaces en sus respectivos oficios, pero no a guardianes de la cosa pública que sepan ejercer su oficio, esto es: legislar, hacer justicia y administrar el estado. ¿No debería haber un sistema que garantice que los guardianes de la cosa pública, esto es los que saben legislar, hacer justicia y administrar el estado, tengan una mayor posibilidad que la que les otorga el azar?”

“Así es, oh Sócrates.”

“Por eso, Ollántides, para el caso de las democracias directas, creo que debe de encontrarse una forma para que gobiernen los guardianes especializados en la cosa pública. Pero hay otras repúblicas como aquella de los Perúpidas en  que la democracia es representativa, y los ciudadanos que quieren gobernar deben demostrar que tienen ideas para hacerlo (un plan de gobierno, una hoja de ruta, un compromiso con la polis, o todas las anteriores) y competir para convencer al resto de ciudadanos. En esas repúblicas, los políticos se especializan en hacer su trabajo de políticos porque están forzados a hacerlo, y por lo tanto aprenden las artes del gobierno con tanta eficacia como los carpinteros, labradores y talabarteros aprenden las suyas. En esas repúblicas, sería un absurdo decirle a los guardianes que se abstengan de hacer política, votando y postulando a cargos, porque tienen que hacerlo para convencer a sus conciudadanos. Si hablas de democracia directa, donde los cargos se asignan al azar, se necesita encontrar a guardianes especializados, pero si las condiciones cambian, como en el caso de la democracia representativa de los Perúpidas, la idea de los sabios guardianes deja de tener utilidad. ¿Entiendes el razonamiento, Ollántides?”

“Oh, Sócrates, tu razonamiento es rápido como los alados pies de Hermes, y complejo como las frases del Oráculo de Delfos, pero trato de seguirte.”

“Te lo agradezco, Ollántides. Pero, dime, si has leído La República, sabes sin duda que los militares son tan solo una parte de la clase de los guardianes, a saber, los jóvenes que se han especializado en otro aspecto importante de la administración pública, que es la defensa de la polis. ¿Estás de acuerdo con esa descripción de La República, Ollántides?”

“Lo estoy, sabio Sócrates.”

“En las democracias directas, no hay guardianes militares, porque no hay nada especializado, ni la defensa. Cuando en Atenas vamos a la guerra, todo ciudadano se calza el uniforme de hoplita y sale a combatir. Por eso, cada vez que peleamos con los espartanos nos va mal, porque entre ellos la carrera de las armas es una ocupación diaria y los guerreros no hacen otra cosa que aprender y practicar las artes de la guerra. ¿No te parece, oh valeroso Ollántides, que nuestra democracia necesitaría –como sostengo en La República- que los guardianes militares fueran especializados, en vez de que cualquier vecino se ponga el uniforme?”

“Así me lo parece, Sócrates.”

“Entonces, Ollántides, ¿Por qué estás por el servicio militar obligatorio, si es mejor un ejército formado por soldados profesionales, especializados, como ocurre entre los espartanos?”

“Hum… Eeeeeh… Se me han confundido los papelitos, Sócrates.”

“Tómate tu tiempo, Ollántides.”

“¿Puedo preguntarle a Sinesiotas?”

“Podrías haberlo hecho antes de echarlo a patadas de la asamblea nacionalista, Ollántides. Pero volvamos a la idea de los guardianes, para evitar hacerte más roche. ¿No crees que la idea de los guardianes sirve sólo si es practicable, oh, valeroso Ollántides?”

“Así es, Sócrates, hemos establecido que una idea es útil sólo si es practicable.”

“Ollántides, en la idea de los guardianes lo que parece mas difícil de practicar es la idea de hallar personas sin intereses propios. ¿Recuerdas qué digo en La República acerca de las garantías para que los guardianes no tengan intereses propios?”

“Ejem. Desconozco mayormente, Sócrates, ¿cuáles son esas garantías?”

“Bueno, que no tengan familia, porque es siempre una tentación de nepotismo el tener –por ejemplo- hermanos ambiciosos, padres conspiradores y esposas carismáticas. De hecho, en La República sostengo que no debe existir para los guardianes la institución del matrimonio o la paternidad, sino que los guardianes deben compartir el acceso carnal entre todos y los niños deben ser criados por el estado.”

“¡Por Hera, Sócrates!”

“¿De qué te sorprendes, Ollántides? Sólo afirmo lo evidente. En Atenas, la única forma de tener a esos sabios y desinteresados guardianes sería criarlos desde chicos para el gobierno, inculcándoles la política desde nenes y dándoles a leer sólo libros patrióticos.”

“Mi padre Isakíades es un fanático de ese método, Sócrates.”

“Claro, Ollántides, pero me imagino que no ha llegado a disolver la familia, negar a sus hijos o a su esposa.”

“¡Jamás, Sócrates!”

“¿Entonces, pues, Ollántides? ¿Te parece practicable la idea de criar a sabios guardianes sin familia para que se especialicen en el gobierno?”

“Bueno, Sócrates, tal vez en el futuro alguien invente un sistema político en el que una familia artificial, algo así como un partido único, reemplace a la familia natural, y se críe a un grupo de gente para que sean dirigentes y que nadie más pueda serlo. Una polis tecnocrática en que una minoría gobierne sin necesidad de elecciones y dirija la política, la economía y la defensa en reuniones anuales en los que el partido único tome decisiones en vez de someterlas a la ignorante masa de carpinteros, labradores y talabarteros.”

“Cierto es, Ollántides, pero me temo que cuando le dicté el libro a Platón, estaba bajo el influjo del vino, porque la idea me parece una completa utopía, y no sé si muy buena, para serte honesto. En todo caso, hay una alternativa.”

“¿Cuál es esa alternativa, oh Sócrates?”

“La democracia representativa, como la de los Perúpidas, en la que se reconoce que los guardianes de la cosa pública son humanos como cualquier otro, que tienen intereses y pasiones; pero se pone límite a tales intereses y pasiones limitando los períodos de gobierno, dividiendo las ramas del poder y creando pesos y contrapesos entre los distintos poderes. Pero claro, eso depende de una cosa. ¿Cuál crees que es, oh Ollántides?”

“¿De qué, oh Sócrates? Dímelo ya, que estas preguntas tuyas me tienen en pindinga.”

“Depende de que los ciudadanos puedan votar libremente, que tengan alternativas reales y de que voten todos, incluyendo a los militares. Si el voto no es libre, directo y universal, no hay quien controle a los guardianes especializados la cosa pública. Así, puede ocurrir que algunas personas se consideren guardianes de nacimiento porque sus ambiciosos padres los criaron para creerlo, y así se dejen llevar por sus ambiciones y hagan de todo por cumplirlas, como mentir, deshonrar su palabra, blindar a corruptos, quitarle el voto a quienes ya lo tienen, negarse a dar explicaciones y suspender las garantías ciudadanas. ¿Sabes cómo se llama en toda la Hélade a ese tipo de persona, Ollántides?”

“¿Cómo, oh Sócrates?”

“Se le llama tirano, Ollántides.”

Habiendo dicho esto, Sócrates esperó en vano una respuesta de Ollántides, pero este permaneció en silencio, cual el mismísimo Hades, y con una cara de fastidio que parecía la de Fobos. Juzgando que no había nada más que decir, y entre el aplauso de la multitud, Sócrates dio media vuelta y volvió a caminar, en dirección a la casa de Nicolópulos, donde nos esperaban unos vinos macedonios y unas hueveras crudas de esturión.

La imagen es de Heduardo, pique para verla en su blog original.


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva