Cartas al soberano
Alrededor de 1615, Guamán Poma de Ayala dirigió una larga carta al rey de España, pidiendo que se hiciera justicia con los naturales del Perú, víctimas de atrocidades infames cometidas en nombre de la cruz y la corona. Su carta, penosamente compuesta a lo largo de años de trabajo y recopilación de testimonios, fue seguramente recibida por un secretario de bajo rango y sepultada sin ceremonia en el archivo de las cosas que el poder se niega a leer.
Casi cuatro siglos después, la Comisión de la Verdad y Reconciliación dirigió también una larga carta al soberano que –en estos tiempos modernos- se supone que es el pueblo. Como la carta de Guamán Poma, el “Informe Final”, ha sido enviado por los amanuenses del poder a un sueño de polillas y ratones. Tal vez, como en el caso de la “Nueva Crónica”, sea alguna vez descubierto por un futuro historiador, como una curiosidad abandonada en una oscura biblioteca.
Cabe pensar que el libro de Guamán Poma fue una nueva crónica, porque el noble ayacuchano -que la escribió al mismo tiempo que Cervantes escribía el Quijote- tenía el derecho de ser ingenuo, al empezar la historia de un país aún nuevo. Cabe pensar que el informe de la CVR se llamaba final porque era un último intento, ruego, o quizá advertencia, de que males tan profundos y seculares amenazan la existencia misma de lo que hace siglos intentamos llamar Perú.
Es una partida no cerrada, la lucha entre el poder y la memoria. En ella se han combinado validos del poder y desclasados, notarios ínfimos y maledicientes, fascistas de derecha y de izquierda, para acallar, minimizar, ridiculizar o difamar lo que se terminó de escribir en la madrugada del 28 de agosto de 2003: esa historia de vergüenza y deshonra; ese mandato de los ausentes y los olvidados a toda la Nación.
Como Guamán Poma, hablaban de vergüenza los autores de esa novísima y reiterada crónica: no sabían que los sinvergüenzas escupirían aritmética para mezquinar responsabilidades. Hablaban de deshonra: ignoraban que el poder no conoce de honras. Hablaban de Nación: hoy se habla de marca.
Y, sin embargo, esas dos cartas se escribieron, se sellaron, y se dirigieron a un destinatario. Si fueron una batalla perdida, de las que tantas hay en nuestra historia, fueron dignas de ser libradas; si su idealismo parece quijotesco, al menos escapan a la podredumbre del cinismo; si –como repite una y otra vez Guamán Poma- no ay rremedio, quedan y valen esas cartas como memoria, como testimonio, como acusación.
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