Dos “presidentes”
Ambos eran presidentes, para sus seguidores:
Uno era el “presidente” de la “república popular de nueva democracia”, un poder seudoestatal imaginario impuesto a degüello, con asesinato aleve y bomba artera. El otro era el “presidente” de una “república” de fachada, con instituciones de opereta, impuesta con tanques en la calle, desapariciones, ejecuciones y tortura.
Ambos eran celebrados -en la ridiculez- por sus validos:
Uno, bien cebado por el poder y arrullado por los vapores del whisky, danzaba entre sus áulicos, que palmoteaban el ritmo de "Zorba el griego". El otro, rodeado por sus clientelas de camión y butifarra, esbozaba unos pasos de cumbia torpes, pero bien aplaudidos.
Ambos creían que el fin justificaba los medios, aunque éstos fuesen terroristas:
Para uno, la sociedad armónica, sin clases ni explotación, merecía que el pueblo –nunca él- pagase una “cuota” y cruzase un “río de sangre”: una carnicería que se presentaba con el eufemismo de "guerra popular prolongada". Para el otro, la sociedad del consumo y del chorreo, bien valía que otros –jamás él- pagasen un cierto “costo social” inevitable; así pasó en Chile, Ud. sabe.
Ambos rehusaban ensuciarse las manos:
Uno dictó escuelas militares, escribió planes, llevó minuciosa cuenta de atentados y matanzas, pero no consta que pegase un tiro, porque tenía otros para que asesinaran por él; el otro, repartió ascensos, envió felicitaciones, visitó cárceles clandestinas y ordenó con guiños y órdenes verbales muertes y torturas, pero tampoco consta que matase con sus propias manos, porque otros lo hacían por él.
Ambos eluden la responsabilidad por las órdenes que dictaron:
Uno dice que sus seguidores tuvieron “excesos, errores y limitaciones” inevitables en lo que de otro modo era un impecable proceso revolucionario; el otro dice que su política de paz y respeto irrestricto por los derechos humanos tuvo algunos lamentables “excesos aislados”
Ambos fueron condenados en un juicio justo por las mismas razones:
Uno fue condenado por crímenes de lesa humanidad, por dominar un aparato criminal y ser, por lo tanto, responsable de los actos de sus verdugos; el otro fue también condenado por crímenes de lesa humanidad, por ser el “hombre de atrás” de un aparato organizado, encaramado en el poder, con agentes siempre dispuestos a matar e incinerar.
Ambos tienen quien les limpie la sangre que dejaron en el camino:
A uno le afeitan 20mil muertes de su responsabilidad en “cálculos” que pretenden corregir una supuesta exageración de la CVR; al otro, igualmente, le arman un edificio de defensas mentirosas, acusando a la CVR de ser una conspiración y una estafa.
Ambos tienen seguidores fanatizados que tienen la política nacional secuestrada:
Uno es llamado con respeto “presidente” y “doctor” por un combo de ancianos inmorales y mocosos ignorantes, enarbolando como principal bandera su liberación; el otro es “presidente” e “ingeniero” de lo peor que jamás ha producido la política peruana, y que -desde su arresto en Chile- no hacen más que chillar inocencia, sin arrepentimiento alguno.
Ambos se alimentan y se sirven mutuamente:
Los dos pactaron en 1993 un “Acuerdo de Paz” que le dio, a uno, beneficios penitenciarios y gollerías y, al otro, un cuco funcional y servil que se podía agitar cada vez que fuera necesario. Se daban legitimidad mutuamente: uno reconocía al otro como "necesidad histórica", y el otro devolvía la amabilidad auspiciando reuniones del Comité Central. Ambos se han dado la mano para ridiculizar y estigmatizar a los defensores de derechos humanos. Ambos se han servido de políticos pusilánimes; de mercachifles de puestos; de amigos del pacto de hablar a media voz; de desorientados que se sienten en el derecho de perdonar en nombre de otros.
Ambos son, en fin, diosecillos gemelos de una mitología mediocre; sur y norte en un mismo mapa de cobardías; principios integradores de un orden político basado en el desprecio y la mentira; anclas oxidadas de un Perú que debería ser pretérito, pero que todavía, desgraciadamente, somos.
La imagen corresponde al artista Luis Rossell.