Peligrosos delincuentes.
Ejercicio mental sobre el lenguaje periodistico
Perdón por este ejercicio mental de mal gusto, pero quiero proponerle que piense en dos situaciones:
La primera es que ocurre un acto criminal horrible en el Perú, comparable en gravedad con el que ocurrió hace unos días en Boston.
La segunda es que la policía, como acaba de ocurrir en Boston, informa haber identificado a los presuntos responsables y que –luego de una balacera- los medios informan sobre la muerte de un sospechoso y la captura de otro.
Lo primero es, desgraciadamente, imaginable, dados los extremos de violencia en nuestra historia reciente (y presente).
Lo segundo es difícilmente imaginable. No porque la policía no pueda identificar a un presunto responsable y capturar a un sospechoso; sino porque en el Perú la prensa no se referiría a esas personas de esa forma. Lo más probable es que las noticias se referirían a “el asesino”, “el avezado delincuente”, “el peligroso criminal”, “el terrorista”, etc.
Desde nuestra perspectiva, en el Perú, es imposible entender un periodismo que respete la presunción de inocencia. Apenas la policía produce una captura, e incluso antes de que se inicie el proceso judicial, la persona ya ha sido culpabilizada.
Pienso en tres casos ilustrativos recientes, en Estados Unidos:
El primero es la masacre en la escuela de Newtown, Connecticut. La investigación policial demostró concluyentemente que el autor fue Adam Lanza, un joven de 20 años, con serios problemas emocionales. Sin embargo, pese a la enormidad del acto de Lanza, los medios se refieren siempre a él como “Mr. Lanza”. (Vea por ejemplo, el Wall Street Journal).
El segundo es el atentado de Boston, Massachussets. La investigación del FBI identificó a dos “personas de interés”, que luego se enfrentaron con la policía, con el resultado de la muerte de uno de ellos y la captura del otro. Tanto el fallecido Tamerlan Tsarnaev, como el capturado, su hermano Dzhokar, reciben el trato de “Mr.” y la prensa se refiere a ellos como “sospechosos”, porque no han sido formalmente acusados. (Vea, por ejemplo, el New York Times).
El tercero es la masacre del cine en Aurora, Colorado. James Holmes ha sido capturado y acusado formalmente. Incluso si los medios a veces se refieren a él como “el matador” (killer), se siguen refiriendo a él como “el acusado” o “el sospechoso” porque su culpa no ha sido legalmente establecida. Es posible que la defensa logre establecer que no es penalmente responsable por –tal vez- su estado mental, en cuyo caso, incluso habiendo matado, sería inimputable. (Vea, por ejemplo, el Daily News de Nueva York).
En España encuentro que tanto “El País” como “ABC” se refieren a dos recientes capturas como “presuntos etarras”, “presuntos miembros” o “supuestos etarras”. (Vea la nota en El País o en ABC).
Incluso, para buscar en el barrio, encuentro en “El Tiempo” de Colombia que aún cuando un titular anuncia la captura de ocho “guerrilleros de las Farc y ELN”, y aún cuando el cuerpo de la noticia informa sobre sus alias y los cargos que ocupaban en las organizaciones ilegales, se les trata como “personas requeridas por órdenes de captura”. (Vea la nota).
Con variaciones y, sin duda, con inconsistencias, un estándar de buen periodismo es identificable: el respeto a la dignidad de todas las personas, incluso aquellas de quienes se sospecha muy razonablemente de su culpa.
En comparación con estos ejemplos, la ausencia de estándares es notoria en el Perú.
Tenemos casos en los que el presunto criminal resulta muerto, pero entre nosotros su culpa queda establecida. Como ejemplo, piénsese en el caso de las muertes de dos supuestos asaltantes a manos de un empresario que argumentó haber empleado la fuerza en defensa propia. Basándose en la palabra de los directamente interesados y de “testigos” y “fuentes policiales” que no se especifican, “La República” se refiere a los fallecidos como “delincuentes” y “maleantes”. Lo más neutral es describirlos como “sujetos armados”. (Vea la nota)
En otros casos, la mera presentación policial es suficiente para referirse a un capturado como “terrorista” o “integrante de Sendero Luminoso”. “Diario 16” se refiere recientemente a tres presuntos senderistas dando por hecho que “están involucrados” en ciertos asesinatos. (Ver nota)
En “El Comercio” encuentro inconsistencias. Un titular informa sobre la captura de un “terrorista” pero el texto de la nota explica que “se le acusa de” un cierto hecho. (Ver la nota) Lo mismo ocurre con la captura de unos policías en un acto de robo y secuestro. El titular se refiere a una “banda de violadores” pero el texto indica los hechos utilizando el condicional: los “sujetos” “habrían” cometido violencia sexual. (Ver la nota).
La consecuencia de este uso del lenguaje es obvia. Una vez que se califica a alguien como delincuente, su suerte deja de importar y sus derechos se ignoran. Se vio en el caso de los muertos en La Parada, una vez que se descubrió que tenían antecedentes penales. Una nota de “Perú 21” revela que los fallecidos tenían “un amplio prontuario”, por lo que pasan a ser tildados como “matones” y “hampones”. (Ver la nota).
Un periodismo que no respete elementos mínimos de debido proceso no solamente informa mal sino que contribuye a una cultura propensa al linchamiento, deshumanizante, ajena a los principios más básicos de justicia. Entre nosotros, el periodismo policial parece entenderse a sí mismo como una especie de género moralizante, no informativo; una colección de historias aleccionadoras, ejemplares, que alimentan estereotipos y discriminación; un entretenimiento macabro, en suma.
No ofrezco más conclusiones. Los hechos están a la vista, y las tareas para los buenos periodistas, y los lectores críticos, también.
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