El problema con lo que publicó García
Parte del problema es que se trata de un texto patético: heptasílabos y octosílabos simplones donde se alternan metáforas que, cuando no fáciles, son meramente horribles, como la vaca huérfana que pretende ser la representación de Lima. Parte del problema, también, es el antichilenismo del autor, explícito en el texto, y chirriante en el contexto de sus llamados públicos a reactivar traumas nacionales.
Pero el problema en serio va un poco más allá, y el texto de García no es más que el síntoma de un mal profundo. Se trata, creo, de la ambición de fundar una nueva cultura oficial de las castas dominantes del Perú.
El presidente poeta y su periódico se ven a sí mismos como parte de un gran proyecto que busca civilizar un país arisco. Cierta derecha se ha dado cuenta de que no basta con el crecimiento económico por sí solo, y se ha lanzado a nutrir el nacimiento de una nueva intelectualidad que le proporcione el discurso cultural que legitime y asegure por generaciones el orden económico y social.
El hundimiento del Weimar peruano de los 80s y la dictadura fujimorista consagraron la destrucción del discurso político, empantanado hasta ahora en un pragmatismo plano, hostil a cualquier expresión de principio. Eso, ya lo lograron: crear un personal político mediocre hasta la náusea, incapaz de hacer nada que no sea administrar el modelo económico.
Así que se necesitaba algo más: un discurso optimista, que les enseñase a los peruanos a estar agradecidos por el crecimiento, y confiados en la inercia económica. Y así, reemplazaron el patriotismo tradicional y anticuado por la Marca Perú, mercadotecnia ingeniosa y sonriente cuya espiral estilizada ha reemplazado los símbolos nacionales.
Le declararon la guerra a la literatura crítica y cuestionadora que Salazar Bondy y otros educadores pusieron en los planes educativos de los estudiantes peruanos hace cuatro décadas. ¿Para qué leer a Vallejo o a Arguedas, escritores pesimistas, cuyas historias deprimentes no estimulan a los capitanes de empresa que necesitamos? Con programas como el Plan Lector, sustituyeron millones de horas de lecturas pensantes, por las novelas de un cogollo de pícaros. Y como con los colegios no basta, transformaron las universidades en un negocio igual de desregulado y salvaje que el transporte urbano.
Nuestra derecha ha hecho lo posible para estimular el culto a la ignorancia y al prejuicio. Ha impuesto su propio discurso histórico, y ha expulsado del discurso público cualquier reflexión sobre las responsabilidades de la guerra de fin del siglo pasado manteniendo al “enemigo interno” como el cuco perfecto para los miedos ciudadanos (atizables, cuando sea necesario por el enemigo externo, claro está).
La televisión que –al fin y al cabo- sigue siendo el principal vehículo de circulación de culturas, se ha hundido a tal nivel de banalidad, que la vieja chabacanería de Augusto Ferrando, de pronto, parece entrañable. De los dardos derechistas no se ha salvado ningún discurso alternativo, ya sea tradicional o moderno. La cultura de los pueblos originarios ha sido ridiculizada por ser demasiado mística, por creer que los cerros y las lagunas tienen algún valor más allá del valor de cambio; y el arte moderno ha sido censurado por irreverente, por escéptico, por desestabilizador del misticismo católico.
Así pues, llamar poema a lo que escribe García o pintura a lo que pergeña Fujimori, es crear una nueva cultura oficial; es proclamar la última victoria que faltaba para terminar de convertir al Perú en una masa convenientemente dúctil, materia pasiva para nuestra casta dominante, esa lumpenburguesía ignorante que aplaude al único político que tiene capaz de leer libros. Y a su vaca huérfana, por supuesto. No olvidar a la vaca huérfana.