Venezuela y la identidad de la izquierda
El reciente comunicado del Frente Amplio, la alianza de partidos de la izquierda peruana, ha motivado algún enarcamiento de cejas (tampoco mucho más, no exageremos) por ofrecer un análisis simplista y doctrinal de lo que ocurre en Venezuela. En efecto, el comunicado expresa solidaridad con el gobierno de Nicolás Maduro, aludiendo a su origen electoral, y rechaza las manifestaciones callejeras, detrás de las cuales, señala intenciones golpistas y el largo brazo de Estados Unidos.
No es una novedad, porque la amplia mayoría de partidos de la izquierda latinoamericana se ha manifestado más o menos en el mismo tono. Partidos de gobierno, como el PT brasileño y el FMLN salvadoreño; o de oposición, como el Polo Democrático Alternativo colombiano, son de la misma opinión.
Es, sin embargo, un quiebre con buena parte de su historia, porque la izquierda peruana había rechazado antes a gobiernos populistas con mensaje nacionalista. Sólo el ortodoxo Partido Comunista apoyó la dictadura de Velasco, en tanto que el resto de la izquierda se dedicó a desbordar las reformas realizadas por aquél régimen. La mayor parte de la Izquierda Unida se enfrentó tesoneramente al primer Alanato, pese a su discurso socialdemócrata, y sólo una pequeña disidencia encabezada por Barrantes se subió al carro del aprismo.
La izquierda, pues, que prometía renovación, y dentro de la cual varios líderes jóvenes reclamaban estridentemente la jubilación de los “setenteros” ha terminado con un discurso digno de don Jorge Del Prado, el venerable patriarca del vetusto Partido Comunista.
¿Pero de qué sirve un comunicado, en realidad? Después de todo, tres o cuatro párrafos no van a cambiar las cosas en el terreno. Diera la impresión que el comunicado del Frente Amplio no es más que un saludo a la bandera, un respetuoso tocamiento de sombrero (o de boina) a la identidad “bolivariana” y un esfuerzo de mantener la casa en paz; más que un intento de análisis.
Los asuntos internacionales jamás han sido materia de real discusión en los partidos de izquierda, por lo menos desde las grandes disputas ideológicas entre China y Rusia. En los programas partidarios, siempre van al final, con un par de constantes: solidaridad con Cuba, las luchas anticoloniales y repudio al intervencionismo de los Estados Unidos. Esto no es un análisis, es una marca identitaria.
Ese formato se ha aplicado a cualquier situación significativa de los últimos años, sin hacer el más mínimo esfuerzo de mirar al mundo en su totalidad y cuestionar ciertos supuestos. Frente a las revoluciones democráticas en el Este Europeo o en el Medio Oriente, la fórmula ha sido la misma: ver de qué lado está Estados Unidos y concluir que el otro lado tiene que estar en lo correcto. Una geopolítica automática ha reemplazado el análisis concreto de la situación concreta.
De este modo, la izquierda latinoamericana está incorporando al menos tres variables a su identidad, que comprometen su capacidad de crecimiento en las próximas décadas.
Primero: ha adoptado una actitud política conservadora. En efecto, no hay régimen dictatorial percibido como anti-EEUU que la izquierda no haya apoyado, incluyendo a Milosevic, Gadafi, o Assad. La lógica “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” les ha llevado a adoptar la defensa del orden establecido; una actitud sorprendente para una tendencia política de raíces revolucionarias.
Segundo: ha adoptado una doctrina idealista. En su descripción de lo que ocurre en Venezuela brilla por su ausencia algo que la izquierda jamás omitiría en ningún análisis de la situación nacional: el factor económico. El análisis de coyuntura no se digna hacerse cargo de la profunda e irremediable disfuncionalidad del modelo económico chavista. Una izquierda firmemente enraizada en el análisis marxista tendría que llegar a conclusiones sobre el tipo de régimen y las confrontaciones de clase que ocurren en una economía rentista; pero no lo hace, y se dedica a la crítica pura de lo que ocurre en la superestructura institucional.
Tercero: ha adoptado una actitud moral relativista. Una izquierda que –durante las dictaduras militares- se distinguió por el rechazo a las violaciones de derechos humanos, y por la defensa de las libertades de asociación y expresión; ha terminado ignorando la represión contra sindicalistas e indígenas, la censura y el excesivo uso de la fuerza en Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Políticamente conservadora, doctrinalmente idealista y moralmente relativista, la izquierda ha renunciado a su ideología.
Lo ha hecho en nombre del programa de gobierno. Si un gobierno lleva a cabo programas sociales con la renta extractiva, eso es suficiente para considerarlo una “revolución”, y lo demás se echa bajo la alfombra, fatalistamente. Basta un discurso hecho de retazos como el “bolivarianismo” como farito de puerto pobre. Pero nadie descubre el océano navegando tan pegado a la orilla. Veremos.