Defensor del Lector: ¡defiéndanos!
Hace un par de días, un reclamo en las redes sociales a Carlos Basombrío, Defensor del Lector del diario Perú 21, terminó mal, con tuits molestos, bloqueos y frustraciones. Veamos qué pasó y –más importante- qué podemos aprender de ello.
La queja de los lectores era, como suele serlo, una columna de Aldo Mariátegui que – a juicio de quienes nos quejábamos- constituía, más que una mera opinión, un llamado a la violencia. Las columnas de este autor están generalmente plagadas de insultos y vulgaridades contra quienes ve como adversarios.
Se supone que –en la opinión del director, que es quien invita a los columnistas- los textos de Mariátegui tienen cierto valor, ¿quizá porque invitando a un extremista muestra todos los tipos de posturas? No lo podemos saber, pues el Defensor del Lector se rehúsa a involucrarse porque, según él, su mandato no incluye las columnas de opinión.
Su respuesta preocupa porque, de hecho, cuando fue nombrado, la palabra del director de Perú 21 era bastante clara: se le nombraba como parte de un compromiso con los más altos estándares para las “noticias, opiniones e información”. Si el Defensor dice que no le incumben las columnas de opinión, sólo hay una explicación posible: o el Defensor no conoce su propio mandato, o el director del periódico nos da floro. ¿Cuál es?
La idea de tener un Defensor del Lector en Perú 21 o cualquier otro periódico es, en realidad, excelente, y Juan José Garrido merece—con todas las diferencias que tengamos con la línea del grupo El Comercio—reconocimiento por la decisión. Los mejores diarios del mundo han creado esta posición, que es de urgente necesidad en una era en que los medios se reinventan bajo la presión de nuevas tecnologías y espacios, como las redes sociales.
Ahora bien ¿qué es y qué debiera hacer un defensor del lector? Esta es la reflexión que yo pretendía hacer, pidiendo examinar las mejores experiencias, como el New York Times, y que terminó bastante mal, como puede apreciarse en mi intercambio con Basombrío.
El defensor, también llamado “editor público”, “editor de los lectores” o “defensor de la audiencia” escucha las críticas del público, investiga si pueden tener fundamento, y hace propuestas al medio. El defensor no depende de la línea editorial, ni es miembro de la sala de prensa, y recibe la colaboración de todos los editores, que deben responder a sus preguntas.
En el New York Times, la posición se creó como respuesta al escándalo de Jayson Blair, un periodista que publicó varios reportajes falsos, con información inexistente o inventada. El centro del mandato es, pues, contribuir a la integridad periodística. La pregunta es ¿incluye esto las columnas de opinión? ¿No resultaría esto en una forma de censura?
De hecho, una revisión de periódicos prestigiosos alrededor del mundo revela que cuando hay quejas de los lectores, los defensores del lector no se abstienen, sino que hacen preguntas sobre el tema y publican en sus columnas lo que han averiguado.
Unos ejemplos recientes al desgaire: en el New York Times, la defensora le preguntó al director de la página editorial por las razones de invitar un polémico texto que había motivado la amarga reacción de varios lectores, que consideraban que iba en detrimento de los derechos de las mujeres. En su columna, la editora, que aclara que generalmente no se ocupa de los editoriales, se limita a copiar una carta de queja que considera particularmente elocuente, y la detallada explicación del director que publicó el texto, sobre el valor que podía tener.
En El País, de España, en un caso muy parecido, el defensor investigó una columna que había suscitado quejas del público, por un posible sesgo anticatalán. Aunque aclara que no considera las columnas parte de su trabajo, cumple con transmitir la queja al autor, reproduce sus detallados descargos y da su propia opinión sobre el asunto.
En The Guardian, el defensor reaccionó ante las quejas del público por una columna; no por sus contenidos, sino por el autor, un antiguo periodista amarillo cuyo nombre es sinónimo de sensacionalismo y exageración.
En El Colombiano, el defensor opinó, luego de las elecciones presidenciales del año pasado, que la prensa había faltado a la ética porque la información se había mezclado con opinión para favorecer a uno u otro bando y—muy importante—porque las columnas de opinión habían alimentado un lenguaje de odio.
Aunque estoy en las antípodas de la línea del grupo El Comercio y del columnista Aldo Mariátegui, no apoyo ni apoyaría en lo más mínimo la censura de opinión, y creo que el rol del defensor del lector no es vetar editoriales o reescribirlos. Pero sí se trata de ser responsable ante el público y los estándares más básicos de ética periodística: si un artículo genera una respuesta tan intensa de un buen grupo de los lectores, lo que cabe no es bloquear a los lectores, sino preguntarle al columnista o al director qué sucede. Si, como en este caso, es siempre el mismo columnista el que genera esta reacción, que es mucho mayor que la causada por otros columnistas de parecida orientación política, hay que tomar las cosas en serio.
¿La reciente columna de Aldo Mariátegui era una opinión o una incitación delictiva? ¿Es ético que un invitado del diario use el espacio para insultos personales? ¿Es compatible una columna que hace comentarios sexistas y racistas, con los principios rectores de El Comercio, que mencionan explícitamente el compromiso con los derechos humanos?
Todas estas son preguntas válidas para un lector. Y si lo son para los lectores, debieran serlo para el defensor del lector. De otro modo, ¿a quién defiende?