Al parecer, estamos descubriendo, por fin, el peso político de los peruanos en el exterior. Un tema que, hasta hace poco, parecía no revestir ningún interés se volvió, en esta elección, significativo. En los días después de la segunda vuelta, la clase opinante ha discutido al detalle el voto de las mesas en Nueva Zelanda y China, los porcentajes en España e Italia, el resultado en Argentina y Chile. 

750,000 peruanos estamos habilitados para votar en el exterior, cifra que nos convierte en el décimo distrito electoral más grande del país, con un peso semejante al de la Provincia Constitucional del Callao, o al departamento de Junín. De hecho, pese al enorme impacto del ausentismo causado por la dispersión geográfica de los votantes, en el exterior han votado 326,000 ciudadanos: más que en todo el departamento de Ayacucho, o tantos como los votantes del enorme distrito de Comas, en Lima.

El único problema es que esos peruanos no constituimos un distrito electoral y, por lo tanto, no tenemos representación que abogue por nuestros derechos. Madre de Dios, con 95,000 electores, tiene un escaño en el Congreso; Loreto, con 630,000, tiene cuatro.

Y, la verdad, es que los peruanos en el exterior necesitan urgentemente de una representación que proteja sus derechos. Actualmente, un peruano que trabaja en Santiago de Chile o en Madrid, no puede esperar ayuda de su país si tiene que resolver un problema, pese a que el 20% de los peruanos en el exterior atraviesa situaciones migratorias irregulares, y a que un 35% reporta no tener acceso a ningún servicio de salud. La ciudad de Paterson, un enclave peruano en New Jersey, es una de las más pobres del estado, con altos niveles de desempleo y alta incidencia del crimen; pero nuestros consulados son, básicamente, notarías dedicada al trámite documentario, sin la capacidad de brindar ayuda legal o humanitaria.

El ordenamiento electoral permite que los peruanos en el exterior votemos como parte de Lima Metropolitana. Esto es una representación ficticia. Ni somos parte de Lima, ni es posible para ninguna organización política, organizar una campaña en una treintena de países con la misma facilidad con la que se llevaría una a cabo en uno de los conos de la ciudad. Y, como consecuencia, desprovistos de voz, nuestra agenda no recibe atención.

Esto es, más que desatención, maltrato. Los peruanos en el exterior enviamos unos 3 mil millones de dólares anuales en remesas al país; nos inscribimos en nuestros consulados en cifras altísimas; y hacemos un esfuerzo masivo por asegurar que nuestros hijos, nacidos en el exterior, preserven nuestra nacionalidad. Todos los países donde hay comunidades peruanas tienen asociaciones cívicas, deportivas y religiosas que difunden nuestro patrimonio cultural y se convierten en el primer puente para el turismo hacia el Perú. Y aún así, no ha sido sino hasta hace poco que nuestra existencia como ciudadanos ha recibido algo de atención formal.

De todos los partidos que postularon en las elecciones que acaban de terminar, sólo PPK, el Frente Amplio y Perú Posible formularon propuestas dirigidas a los peruanos en el exterior. Fuerza Popular llegó a presentar tres candidatos basados en Estados Unidos a la lista parlamentaria de Lima (ninguno ingresó, pese a los buenos resultados obtenidos por el fujimorismo en la capital). Keiko Fujimori y Verónika Mendoza dirigieron mensajes a las comunidades en el exterior, y Pedro Pablo Kuczynski, en un episodio ahora célebre, llegó a viajar a Nueva York y New Jersey, al menos en parte, para hacer campaña.

Ninguna de estas iniciativas hubiera sido posible sin la presencia de comités de casi todos los partidos importantes en decenas de países. Sólo en el caso del Frente Amplio, la experiencia que conozco mejor, llegaron a formalizarse quince comités internacionales. Y, de hecho, incluso organizaciones no partidarias como la campaña No a Keiko llegó a tener presencia en decenas de ciudades alrededor del mundo.

La rara visibilidad obtenida recientemente debiera ser una oportunidad para iniciativas que fortalezcan nuestra participación política. Aunque hay dictámenes favorables a la creación del distrito electoral del exterior, las propuestas actuales son insuficientes y poco informadas.

Para empezar, en términos muy prácticos, cualquier representación exterior debiera partir por reconocer el peso poblacional de los 2 millones y medio de peruanos que viven fuera del territorio nacional, y aceptar que sus realidades son totalmente distintas dependiendo de si viven en América Latina, Norteamérica, Europa u otras regiones. Con el fin de reducir el ausentismo, se podría implementar el voto por correo certificado, o por internet, con adecuadas garantías antifraude.

La democracia peruana sólo puede ganar con la participación de más ciudadanos.