Historia de dos ciudades
Paradojas urbanas
Sorprendentemente, la Meca mundial del capitalismo, el régimen de la mano invisible y el interés individual, ha mantenido férreamente su planificación urbana, indiferente a cambios de gobierno, migraciones, guerras y cambios tecnológicos.
El plano de Lima se mantuvo esencialmente intacto desde el trazo de la fundación española, en 1535, hasta la destrucción de las murallas en 1869. Desde entonces, la ciudad creció, en lo fundamental, sin plan. En buena parte, el crecimiento siguió intereses privados, conforme los propietarios de haciendas vendían sus terrenos o (desde mediados del s. XX) a medida que pobladores sin casa recuperaban terrenos eriazos, generalmente de propiedad del estado.
Sorprendentemente, la sociedad colonial, feudal en su esencia, tenía más interés en la planificación urbana que la República. Lima ha pasado 150 años de crecimiento anárquico.
Sólo registro las paradojas.
En Nueva York, la mera construcción de un edificio, no digamos de un complejo habitacional, o de un proyecto de tránsito puede llevar años y pasar de un alcalde a otro, solamente en la consulta a la ciudadanía.
En Lima, un alcalde elegido por una mayoría relativa, para un período de cuatro años, puede destruir áreas verdes y costeras y transformar avenidas importantes en zanjones miserables partiendo barrios en dos, afectando la ciudad por generaciones. Y ni siquiera hablamos de un alcalde de toda la ciudad, sino de alcaldes de cualquiera de las 40 subdivisiones de la ciudad.
En Nueva York, la ciudad donde todo cambia y nada permanece, los vecinos rechazan automáticamente el cemento y cualquier obra que implique el crecimiento del tráfico.
En Lima, la ciudad más conservadora y reaccionaria del continente, los vecinos rinden culto al cemento y a la permanente destrucción de lo antiguo, siempre y cuando resulte en la construcción de mamarrachos que aumenten el tráfico y hagan la vida de los peatones imposible.
En Nueva York, el alcalde más detestado de los tiempos recientes es el republicano Rudolph Giuliani, que transformó los barrios del centro de la ciudad, de zonas rudas y hasta peligrosas, pero con carácter en una disneylandia turística.
En Lima, el alcalde más consistentemente popular es un individuo sin credo conocido, de pocas palabras, incapaz de explicar o consultar, que gobierna al carpetazo de sus regidores, y sobre el que pesan contundentes acusaciones de corrupción.
Listo, me cansé de las paradojas. ¿Alguna explicación?