#ElPerúQueQueremos

"Antigona" - yuyachkani  - foto: elsa estremadoyro

Antígona en los Andes

Sobre unas declaraciones de Hugo Neira

Publicado: 2018-01-04

“Así como nosotros. Así ha sido” me dijo la madre de un desaparecido, hace mucho tiempo, tras una presentación de “Antígona”, en Abancay.

Recuerdo ese momento tras leer a uno de los justificadores del indulto a Fujimori, el sr. Hugo Neira, que cita la obra de Sófocles, para explicar lo que él considera el profundo dilema de perdonar o no a un criminal que nunca perdonó a nadie. 

 En lo personal, Hugo Neira no es objeto de debate. Quien fue, lo que escribió y apoyó antes de ser fujimorista, me es de poquísimo interés sentimental o político. Sí me molesta, en cambio, que maltrate “Antígona” y, por extensión, lo que esta obra representa. 

Dice Neira: 

“El indulto… es una situación trágica, en el sentido griego. [Los hijos de Edipo] Polinices y Eteocles se enfrentan entre ellos en una guerra por el trono de Tebas, y mueren los dos. Y luego sube al poder Creonte, que es un juez y decide castigar a Polinices y agradecer a Eteocles. A Polinices lo castiga prohibiéndole los homenajes de los funerales, condenando a su alma a vagar eternamente porque ha ido contra la ley, contra la ciudad, porque ha ofendido a los dioses al haberse levantado contra el hermano. Entonces, Antígona [hermana de ambos] se encuentra en un dilema. Por un lado, si ella le realiza los funerales a su hermano, es castigada con la muerte. Ella tiene que elegir entre la ley de los dioses y la ley del clan de la ciudad (sic). Opta por el clan de la ciudad y se sacrifica y la matan. Entonces, ¿cuál es la tragedia? La tragedia es encontrarse entre dos legitimidades. Y las dos tienen razón. Entonces, quienes están contra el indulto y optan por los principios tienen razón. Y los que están a favor, por diversas razones, entre ellas la gobernabilidad, también tienen razón.”

De entrada, que quede claro que, en un país que no lee, referirse a la palabra escrita es un recurso retórico para agregar validez a lo que se dice. Alberto Borea lo hizo en su defensa de Kuczynski en el Congreso y el Perú entero, sin importar si tenía o no razón, se deslumbró. La misma estratagema usa el Sr. Neira. 

Neira dice que –en una tragedia- las partes enfrentadas creen tener la razón, porque apelan a diferentes legitimidades. No, pues. El conflicto y el desacuerdo son lo más trivial y común en la experiencia humana, y lo trágico no es el conflicto, sino la desmesura, la arrogancia de desafiar al destino. 

Eteocles y Polinices son hermanos enfrentados en combate. Uno defiende la ciudad, el otro la ataca. Tanto el defensor como el rebelde mueren, pero la ciudad honra solamente al defensor, y condena al rebelde muerto a yacer en el campo de batalla, sin que nadie lo llore. La ley del rey Creonte (que Neira llama “el clan de la ciudad”) ordena tratar al cuerpo del enemigo vencido como al de un animal, a la merced de otros animales. La ley de los dioses, sin embargo, ordena que todo muerto reciba un funeral, porque los muertos ya no le pertenecen a los humanos, sino a un orden superior. 

Antígona, hermana de los dos contendores, llora a Eteocles, pero también a Polinices, y cumple con los ritos funerarios, buscando el cuerpo del hermano proscrito y tratando de cubrirlo con arena. Opta, pues, por la ley de los dioses, y no por la del “clan de la ciudad” como dice, exactamente al revés, Neira. 

El destino fatal es el de la estirpe de Edipo: él y sus hijos, independientemente de sus acciones, están marcados por la desdicha. Antígona acepta este destino con sobria madurez. Es un personaje heroico. El personaje trágico es el rey Creonte, cuya arrogancia le hace pensar que puede cambiar los límites entre lo sagrado y lo profano, entre lo divino y lo humano, arrancándole a los dioses la soberanía sobre los muertos. 

Antes de ser condenada a muerte, Antígona le explica a Creonte que, una vez muerto Polinices, este ya no puede ser enemigo de la ciudad. Creonte, responde llevando la enemistad más allá de la muerte. No contento con matar al enemigo, quiere matar su humanidad. 

CREONTE: …uno asolaba esta tierra y el otro luchaba por defenderla. 

ANTÍGONA: Hades, sin embargo, quiere igualdad de leyes para todos. 

CREONTE: Pero al hombre virtuoso no se le debe igual trato que al malvado. 

ANTÍGONA: ¿Quién sabe si esas máximas son santas allá abajo?

CREONTE: No; nunca un enemigo mío será mi amigo después de muerto. 

La arrogancia de Creonte es castigada: la ciudad sufre de una plaga causada por los cuerpos muertos sin enterrar, y los sacrificios a los dioses están contaminados. Peor aún, el hijo y la esposa de Creonte se suicidan tras la ejecución de Antígona.

Creonte y Antígona no tienen igual razón. La ley de Creonte, humana, no puede prevalecer sobre la ley eterna de los dioses. El odio de Creonte, que es político, no puede desconocer la humanidad del enemigo. Antígona tiene la razón desde el principio: los odios de los humanos les pertenecen a ellos, pero el respeto al cuerpo de los muertos es intocable, porque es un mandato superior. 

En el Perú vivimos la ley de Creonte, y no es cierto que este tenga razón, como falsamente sugiere Neira. Lo que tiene es la arrogancia del vencedor y la inhumanidad de quien no reconoce límites. Creonte ha tenido muchas caras, y una de ellas fue la de Fujimori pues fue Fujimori quien convirtió en eterna la enemistad, negando a sus víctimas el más elemental derecho a ser enterradas. Las Antígonas del Perú son las madres, hermanas e hijas que no han podido enterrar a sus seres queridos, porque algún miserable, después de matarlos, los ocultó. Son ellas quienes, ante la ley de la impunidad y el silencio, reclaman la digna sepultura, son ellas quienes encarnan la notable constante antropológica e histórica de despedir a los muertos. 

Antígona, como hoy los familiares de los desaparecidos, actúa piadosamente porque afirma el principio elemental del duelo. Antígona tiene muertos en ambos lados, como le ocurre a la gran mayoría de peruanos, que ha sufrido o conoce a quien ha sufrido a manos de ambos lados en el conflicto fratricida que tuvimos. No pretende continuar la guerra del rebelde Polinices contra la ciudad, pero, igual que a los defensores de derechos humanos de hoy, el poder la llama a ella rebelde, a ella criminal, a ella continuadora de los crímenes supuestos de los desaparecidos.

Neira pasará. Su interesada deformación de “Antígona” se olvidará. Lo que no dejará de estar presente es “Antígona”: una adaptación de la obra de Sófocles, escrita por el poeta Watanabe, ha sido representada por el Grupo Yuyachkani decenas de veces en las zonas más afectadas por el conflicto peruano y, sin declarar para la ciudad letrada, las madres andinas que buscan a sus seres queridos, se han reconocido en ella. “Así como nosotros. Así ha sido” me dijo una señora, llorando y aplaudiendo, hace muchos años. 

Si la humanidad tiene sentido es por Antígona, que es capaz de enfrentarse a los poderosos por cumplir un deber de piedad. Antígona provoca compasión y admiración, asombro y empatía, que es lo que los griegos llamaban catarsis, el efecto redentor y misterioso de enfrentar una verdad. 

Por otro lado, ¿la historia de un hombre que pasea su nombre en una escaramuza cualquiera, entre mentirosos, rateros y asesinos? Eso no es tragedia, sino picaresca. Y de eso no me interesa hablar. 


Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


Publicado en

La torre de marfil

Blog de Eduardo González Cueva